Encuentro Animal

¿Cuándo fue la última vez que te cruzaste cara a cara con un animal salvaje? ¿Hacia dónde crees que iba? ¿Hacia dónde ibas tú? ¿Cuánto duró su encuentro?

No hay nada que me recuerde o que haga resonar más mi propia naturaleza como toparme inesperadamente con un animal salvaje. A veces dura sólo unos segundos. Otras son tan efímeras que hasta te hacen dudar si lo que viste fue real, y le preguntas a quien tengas más cerca si también lo vieron, para confirmar. Pero como cualquier golpe repentino o buena sacudida, siempre me traen de vuelta al momento presente, no importando qué tan lejos se haya transportado mi mente tan solo unos segundos antes.

Desde que estamos viajando, de los mayores privilegios para mí ha sido compartir más espacios, más tiempo, y más vida con las demás criaturas que habitan la Tierra. Hasta ahora hemos intentado elegir nuestra ruta en base a los caminos que atraviesen más tramos de naturaleza, por lo que nos han tocado sorpresas muy súbitas y surreales. Desde la carretera misma y en pleno rodaje hemos visto tortugas, serpientes, ranas, alacranes, tarántulas, y todo tipo de aves: flamingos, tucanes, pericos, halcones, colibríes, garzas, zopilotes, águilas, y muchos más que aún no conozco sus nombres. También nos hemos cruzado con mapaches traviesos y jabalíes domesticados en los destinos que hemos visitado... y mi papá hasta jura haber visto pasar unos delfines en el mar.

En uno de los días más largos y que más kilómetros recorrimos, tuvimos un encuentro hermoso con una familia de coatíes. Ya estaba atardeciendo y aún nos quedaba mucho por llegar a San Felipe. Íbamos con algo de prisa y cansancio para ganarle a la noche cuando escuchamos que los arbustos se movían mucho. Primero se asomaron un par de ojos, luego se veían varias colitas, y de pronto salieron corriendo cinco coatíes atravesando la carretera. Nuestro primer instinto fue frenar las bicicletas para mirarlos sin que se espantaran, y así se animaron a cruzar dos más, luego tres, otros cinco, y todavía unos cuantos más—en pareja y en familia, con todo y sus cachorritos. Supongo que a diferencia de carros y camiones, las bicicletas no hacen tanto ruido como para que se sintieran amenazados y eso les dio la confianza de pasar frente a nosotros. Notaron nuestra presencia pero siguieron con tranquilidad, y al terminar esta breve interacción, nosotros también.

También nos pasó algo memorable pero misterioso en el km 9 rumbo a Panabá. Vimos cruzar un zorro pequeñito justo unos segundos antes de nuestra primera carambola. En realidad, el accidente no fue nada grave. Sólo íbamos un poco más pegados de lo debido, entonces cuando frenó la primera, caímos todos— uno por uno como piezas de dominó. La adrenalina fue sustancial y nos tomó un par de minutos recuperar el aliento. Mientras hacíamos cuentas de lo que había ocurrido, el mismo zorrito volvió a cruzar la carretera, esta vez más sigilosamente y atento a nosotros. Seguro fue por pura curiosidad que se motivó a regresar, o quizás pudo percibir nuestra agitación, atrayéndolo energéticamente.

Debo confesar que esa noche Googleé el significado simbólico o supuesto mensaje espiritual del zorro. Varias culturas coinciden que es un animal reconocido por su adaptabilidad al entorno y su astuta capacidad para encontrar soluciones a problemas—pero al final cada quien puede interpretar su aparición y experiencia como guste o más le haga sentido.

Por otro lado, la convivencia que compartimos con los flamingos en la isla de San felipe fue algo entre magia y un regalo. Presenciar su gracia, su elegancia, y ese plumaje que combinaba con el cielo del amanecer, una maravilla. El agua tibia me inspiró a nadar junto a ellos. Al inicio procuré guardar mi distancia por respeto a su pesca de desayuno, pero entre las olas, la corriente y mi instinto natural de curiosidad, me fui arrimando poco a poco. Noté una dinámica muy bizarra que creí estar imaginando: uno de los flamingos más altos y alertos empezó a hacer como una llamada de alarma, y la reacción inmediata de los demás fue de agruparse en una formación más unida e intimidante. Supuse que fue su estrategia defensiva, lo cual quiere decir que el líder me había identificado como potencial depredadora o intrusa. Fue mi señal para guardar una mayor distancia, y en cuanto me empecé a alejar, la manada se dispersó de nuevo como si nada hubiese pasado. Juntos, lograron vencer al desconocido, y enseguida de su victoria cada uno prosiguió a lo suyo.

Hasta ahora hemos visitado Quintana Roo, Yucatán, y Campeche, los tres estados donde aún impregnan rastros de la antigua cultura Maya. Los ancestros respetaban a los animales como seres ajenos y autónomos, pero también los veneraban como espejos hacia su propio salvajismo interior. Sumergiéndote en estos paisajes tan llenos de vida y misterio, es imposible no darse cuenta que pertenecemos y somos parte de las ecologías que nos rodean. Conocerlas mejor, aprender de ellas, y mirarnos frente a nuestros espejos no debiera descartarse como cosa del pasado ni postura hippie, sino que lo considero algo necesario y urgente para un futuro digno, o incluso vivible.

Ahora, piensa bien en esa última vez que te cruzaste cara a cara con un animal salvaje. ¿Qué fue lo que te enseñó? ¿Y qué aprendiste de ella?