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Querido Cuerpo;

  • Foto del escritor: Alysia
    Alysia
  • 9 jun 2021
  • 3 Min. de lectura

Desde hace tiempo he querido dedicarle algo a mi cuerpo: una publicación en el blog, una canción, un poema... algo que represente al menos una fracción del agradecimiento y admiración que mi mente le desea. Mi mente muchas veces se equivoca, a veces hasta me engaña, se puede tardar en aprender, y hay cosas que de plano nunca va a entender... pero mi cuerpo sólo es. Vive. Siente. Crece.


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En este viaje, he trabajado mucho en la relación que tengo con mi cuerpo, sobre todo en nuestra comunicación. La verdad es que desde niña he sido muy privilegiada con mi cuerpo. Siempre me respondía y hacía lo que yo quisiera. Pudimos hacer muchas locuras juntas porque mi cuerpo me lo permitía. Crecí con una confianza increíble de que mi cuerpo lograría lo que yo le propusiera, y que sólo era cuestión de esfuerzo, práctica o maña.


Ahora en la bicicleta, me sigo sorprendiendo de lo que mi cuerpo es capaz. De lo fiel que me es. De lo fuerte que puede ser cuando lo necesito. Cuando se lo pido. No es fácil cargar todo el peso que llevamos y a las distancias que recorremos, pero al hacerlo me doy cuenta que mi cuerpo sigue estando ahí para todo lo que mi mente y yo requerimos de ella.


Sin embargo, mi cuerpo es muchísimo más que su capacidad física. Es lo que me conecta al presente, a la realidad, y al mundo. A través de ella percibo e interactúo con los demás entes a mi alrededor. Es mi medio a través del cual existo y construyo mi ser.


Conoce bien de ambos mundos— interior y exterior— y por eso es infinitamente más sabia que yo. Conoce quién soy, lo que me mueve, lo que me gusta, lo que me hace bien, y lo que no. Está vinculada a mis emociones. En esos días que me siento triste, nostálgica, enfadada o frustrada, son los días que a mi cuerpo le cuesta un mundo pedalear. Está vinculada a mis instintos. Le pueden llegar a influir y alertar fenómenos desde lo más cercano— como un sutil indicio de peligro— hasta lo más lejano— como los efectos de la luna llena o mercurio retrógrado.


Cuando viajas en bicicleta, hay mucho que la mente no sabe, y que no puede predecir ni racionalizar. Eso te obliga a madurar una inteligencia más íntegra, en la que tanto la mente como el cuerpo, pensamientos como sentimientos, se tomen en cuenta. Después de veintisiete años, ahora me toca realmente escuchar lo que mi cuerpo me pide.


Y honestamente, no pide mucho. Cuidado. Respeto. Amor. Y ya. Sin embargo estos simples actos parecieran revolucionarios dentro de una sociedad que nos entrena a rechazar, negar, juzgar, y hasta odiar nuestros propios cuerpos. A saturarlos de toxinas, químicos y productos dañinos para la salud. A ignorar cómo nos sentimos, enfocándonos en cómo nos vemos.


Desde la infancia, no me había sentido tan conectada y consciente de mi cuerpo hasta que empezamos a viajar. Sólo que ahora ya no la doy por hecho. Ahora noto en ella una sabiduría que antes no tenía idea que poseía. Siempre he admirado el mundo natural por su perspicacia y exactitud, pero nunca había contemplado de esa manera la perfecta naturaleza de mi propio cuerpo. Por primera vez en mi vida, me siento muy afortunada de tener este cuerpo humano: que respira, que ríe, y que pulsa, entre otras cosas que hace sin tener que pensarlo.


Hoy en día es imposible ser un humano sin sentir al menos una gota de culpa por toda la destrucción que sucede en el planeta. Desde el inicio de Covid, ha estado muy presente el discurso de que el mundo estaría mucho mejor sin nosotros. Y aunque de cierta manera puede ser verdad, al mismo tiempo veo mi cuerpo y sé que la humanidad no es solamente esa fea narrativa que nos hemos ganado. Que eso no es el "ser humano". Nuestros cuerpos comprueban que somos inherentemente capaces de mucho más... y mucho mejor.


Mientras ando en mi bicicleta escucho a los pájaros cantar, veo a los árboles estremecer con el viento, y luego miro a Delta, siempre olfateando cada arbusto, piedra y hormiga que se le cruza en el camino. La escena casi siempre me saca una carcajada, porque es la epítome del joie de vivre— la alegría de vivir. Me hace pensar que esa conexión y pertenencia al mundo que tanto nos hace falta yace dentro del cuerpo mismo. Sinceramente, creo que hay mil y una razones por las cuales deberíamos re-vincular, amar, y agradecer a nuestro cuerpo— pero en este momento, yo lo quisiera hacer por nada más, y nada menos, que esta esperanza que me brinda.


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