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Tierra de las Golondrinas

  • Foto del escritor: Alysia
    Alysia
  • 16 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 jul 2021

Para todo existe una primera vez. Desmenuzar y entender aquellas primeras veces suele ser complejo porque no hay con qué compararlas, convirtiéndose ellas mismas en el medidor de ahí en adelante. Pueden agarrarnos desprevenidos, hacernos sentir incómodos, o dejarnos sorprendidos, pero casi siempre rebasan nuestras expectativas.


Dentro de nuestra inexperiencia y lo que cabe, no nos pudo haber tocado una mejor primera rodada y pequeña probadita de lo que viene. Embarcamos a la isla de Cozumel saturados de emoción y en muy buena compañía. No sólo tuvimos la fortuna de poder compartir el día y entusiasmo entre amigos y compañeros de ruta, sino además, en uno de los destinos más bellos y preciados de la región.

Foto tomada por @toyolia.visual

Por tiempos de Covid, el horario reducido del ferry limitaba nuestro margen de tiempo para recorrer los 65 km de ciclopista; por lo que al llegar al puerto, el sol ya se encontraba en su pleno esplendor. Sabiendo que nunca voy a poder controlar las condiciones climáticas, acepté y agradecí éste reto que me proponía el mediodíapreparándome mentalmente para enfrentar y perseverar bajo cualquier incomodidad o molestia. Sin embargo, el mundo tenía otros planes para nosotros. Los árboles nos apapachaban con sus sombras y las nubes nos consentían con sus alivios intermitentes del calor. El cielo nos favoreció a tal grado que se esperó hasta que encontráramos techo en un restaurante abandonado para soltar la lluvia y refrescar el aire para lo que restaba del camino. Casualmente, la tormenta duró el tiempo necesario para botanear, descansar un poco las piernas, y gozar de la experiencia y el lugar.

Hay un tramo en la pista que costea el mar abierto y que puede llegar a ser muy ventoso, siendo el punto más oriental del Caribe mexicano y del país. Es ahí donde entendí el significado de Cozumel, que quiere decir “Tierra de las golondrinas” en Maya. Sentí que volabalibre y ligera como si el viento esparciera mis plumas. Volteaba eufóricamente hacia atrás y para adelante, observando cómo iban mis golondrinas acompañantes. Cada quien llevaba su ritmo y sin duda su propio desafío interno, pero al menos en ese tramo, todos parecían deslizar el asfalto con naturaleza y paz.


Después de un año viviendo en la Riviera Maya, me consta que el paisaje consiente a sus habitantes con todos los privilegios que nos ofrece como hogar. También sé que en el viaje no todo será color de rosacon playas turquesas y el clima perfecto. Por eso la vida siempre encuentra su manera de impartir enseñanzas. Justo una cuadra antes de llegar al ferry, di mi primera tumbada. Llegando a la esquina escuché una moto, metí el freno delantero, y ¡vvuuuumm! Mi bici dio la vuelta completa y yo caí de frente en el suelo. Curiosamente, no me pasó nada en lo absoluto. Ni una cortadita en las palmas, ni un raspón en la rodilla. Cero. Lo cual me hace sentir que fue una prueba, o al menos un recordatorio de que no todo pintará siempre maravilloso. No importando lo que haya sido, con el susto fue lección suficiente.

Desde ese día, y a lo largo de esta pequeña reflexión, me he sentido sumamente agradecida por la Tierra de las Golondrinas, y por las hermosas golondrinas que se la rifaron al acompañarnos en ésta primera vez: Mariana, Arturo, Ale, Yeni, Ale P. y Ludwig! (por orden de la foto).

 
 
 

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